sábado, 8 de julio de 2017

INDEPENDENCIA

Deseo que todos sepan el bien para alegrarse, y el mal para remediarlo...

Manuel Belgrano






En una entrada anterior  publiqué el proyecto Paraguas en el 25 que me fuera solicitado por Coordinación , semanas antes de su concreción, y que luego de ser entregado se tuvieron que quitar algunas partes como la de que cantábamos el Himno Nacional Argentino. En el blog, el proyecto atiende a esas sugerencias excepto una porque no encontramos excusa válida para retirarla. Que no se pueda cantar el Himno por una cuestión protocolar; bueno, me la banco pero, que quede claro, faltarle el respeto a éste Símbolo Patrio que aúna en muchas ocasiones (buenas y malas y de las ni tanto) todas las voces todas es: "no cantarlo", no sentir orgullo de cantar con el otro y para todo el Pueblo Argentino. 
            Lo que no quité según las sugerencias y está tal cual publicado en el blog, no se los voy a contar. Hay terrenos de la vida profesional docente que suelen ser fangosos, pedregosos, movedizos, en fin, feos de caminar. Pero, no tan feos como caminar sobre huevos,  cosa que todavía no lograron y que tampoco van a lograr. Soy multiterreno, hay que serlo,  porque caminar sobre huevos o como sobre huevos es como no cantar el Himno o no ser bien Argentinos. 
            Ahora, hagan click en el siguiente link:

            ¿Nos ponemos de pie?  



Comparto con todas y todos Ustedes el siguiente discurso de un Grande:


DISCURSO POR EL DÍA DE LA INDEPENDENCIA
por Julio Cortázar, en el libro "Papeles Inesperados".


Señor rector, señores profesores, alumnos:


                        Una vez más me ha correspondido el deber —que es también un honor— de dirigiros la palabra. Circunstancias especiales motivan que haya aceptado con alegría y reconocimiento esta oportunidad. Para vosotros, pues, estas simples cosas que mi corazón habrá de deciros hoy, en esta mañana en que vivimos juntos uno de los más grandes días de la patria.
                   No he querido traer aquí la evocación de los hechos históricos que conmemoramos. Pienso que sería repetir lo que está tan vivo en vuestra memoria de argentinos, y mis palabras no tendrían otro valor que el de hacer desfilar, una vez más, hechos que conocéis como se conoce todo lo grande: emocionadamente. Y porque sé que la trascendencia del 9 de julio de 1816 no os es desconocida, prefiero callar; de lo contrario, no os haría justicia.
Pero hay en cambio otras cosas que debo deciros; cosas que no son ajenas al día que celebramos; cosas que entroncan con las gestas más puras de nuestra historia; cosas que vosotros estáis viviendo, que forman parte de vuestra sangre y de vuestro espíritu. En esto sí os haré justicia, porque sé que es propio del hombre conocer más del pasado que del presente, y tener la mirada dirigida hacia lo que fue, en vez de volverla hacia lo que es, y lo que debe ser.
                        Yo quiero hablaros de los actuales tiempos,y de vosotros mismos. Hoy, cuando en vuestra memoria vuelve a representarse la epopeya civil de los días de julio, yo os pido que agreguéis a ese recuerdo la visión clara y precisa de vuestro propio destino. Hoy, que es día de evocación, yo os pido que incorporéis a ella la meditación sobre vuestra propia vida. Solamente así haréis fecundas estas horas tan grandes; solamente así podréis volver a pensar en nuestros próceres sin sentiros demasiado pequeños a su lado.
                        Los hechos de nuestra independencia y de nuestra libertad alcanzan un nivel tan extraordinario, llegan de tal manera a lo heroico y a lo sublime, que a vosotros os sucede rodearlos de una aureola que yo no vacilaría en llamar sobrenatural; esas figuras cuyos nombres repetís tantas veces, se os aparecen como superhombres, como seres casi irreales, desasidos de los caracteres comunes a los hombres. Hacéis muy bien en pensar así nuestra historia, porque ella lo merece; hacéis muy bien en imaginar a nuestros próceres revestidos con la luz de lo heroico, porque ellos fueron héroes. Pero hay algo de que debéis cuidaros, y quiero advertiros cuál puede ser vuestro engaño. Llevados de vuestro amor hacia lo argentino, termináis por establecer una barrera falsa entre lo que fue y lo que es; separáis con un abismo inexistente el pasado y el presente. Colocáis a los próceres de un lado, y vosotros os alineáis del otro. Aquello es lo grande, esto lo cotidiano; aquello lo heroico, esto lo común. Y es entonces que yo os digo: ¡No!
                        No, alumnos de esta casa, si así pensáis estáis equivocados. La historia argentina no se ha detenido al borde del pasado, la historia argentina está allá pero también está aquí. La independencia se conquistó en algunos años, pero habrá que defenderla durante todos los siglos; la argentinidad se logró en poco tiempo, pero será necesario mantenerla siempre. Aquellos a quienes recordáis han muerto; para cumplir la historia, sólo quedáis vosotros.
                        Ahora comprenderéis lo que quería deciros. Bueno es elevar el corazón hacia nuestros padres civiles; pero la tarea continúa después. Haced desaparecer desde hoy ese abismo inexistente que os engaña tantas veces. Aprended a sentiros a vosotros mismos dentro de esta joven nación, dentro de una historia que es como el volar de sus cóndores. Quebrad el cristal que aparta de vuestra realidad la realidad del pasado, y unid todo en una misma ambición y en un mismo deber. Pensad que nuestros grandes hombres tuvieron también vuestra juventud; ellos supieron vivirla, madurarla, y con el apoyo de esa juventud se lanzaron en un solo ímpetu hacia la gloria. Pensad en eso, y sentíos como debieron sentirse ellos cuando eran jóvenes y asistían, ávidos de justicia, a los problemas que desfiguraban la joven fisonomía de la patria. No penséis que todo ha sido hecho. Sólo ha pasado el tiempo; los problemas de la humanidad siguen siendo graves, y a todos nos toca enfrentarlos. No hay abismo entre el pasado y estos días que estáis viviendo. Nosotros no tendremos otro 9 de julio; pero cada día de nuestra existencia puede ser un día de sol para la patria; esos días, hay que hacerlos.
                        Entonces sí será fecundo el recuerdo de la historia; cuando nos sintamos incorporados a ella, cuando sepamos que nuestra sangre no es en esencia distinta a la sangre de los héroes, y que sólo de nosotros depende continuar su obra. No se injuria a un San Martín o a un Sarmiento, cuando se contempla su imagen y se dice: «¡Yo quiero ser como tú!». Pero sí se le injuria, porque se injuria a la patria, cuando ante su imagen sólo se atina a decir: «¡Yo no podré ser jamás como tú!». Nadie sabe si alguno de vosotros llegará a ser lo que fueron ellos; pero el haber querido serlo, es acercarse a su grandeza, entrar en la historia que es producto de esfuerzos y decisiones. Compartir un heroísmo, desde un aula o un campo, desde un libro o un taller.
                        Pensad estas palabras. Aprender a pensar es difícil, cuando se es niño; pero vosotros habéis dejado atrás la infancia, y tenéis el deber de pensar vuestro destino. La palabra patria, tantas veces escuchada, no puede ser ya una mera palabra. Debéis descubrir a la patria en vosotros mismos, comprender que vosotros sois la patria. Ese día —que ojalá sea ya el día de hoy para todos y cada uno— las cosas dejarán de ofreceros dudas y dificultades. Cuando se decide la propia conducta, parece como si un gran camino se abriera ante la mirada, invitando a la marcha. Ése, que es el gran camino de la Argentina llevando a un progreso cada vez mayor, tenéis que encontrarlo vosotros. Nadie anduvo por él sin descubrirlo primero en su propio corazón. Y la patria se alegra cada vez que uno de sus hijos jóvenes abre los ojos a ese sendero.
                        Encontradlo y caminad por él, que ya es la hora. Caminad por el sendero del esfuerzo. Entonces, esas figuras inmensas del pasado, esas imágenes augustas que hasta ahora contemplabais en vuestros recuerdos con temor y timidez, se acercarán a vosotros. Las tendréis a vuestro lado, guiando vuestra marcha. Y sentiréis como si sus manos se apoyaran en vuestros hombros.
(1938)

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